En 1968 se produjeron revueltas no solo en Francia, sino también en Italia, Alemania, Estados Unidos, México, Japón y Checoslovaquia. Todas fueron de naturaleza distinta, pero tuvieron en común el protagonismo de los jóvenes, la influencia de la cultura pop, una nueva elaboración de las ideologías de izquierda y, por encima de todo, el deseo de acabar con los consensos políticos alcanzados después de la Segunda Guerra Mundial, que a modo de ver de los rebeldes habían dado pie a un mundo próspero pero injusto y aburrido.
Sin embargo, estas revueltas de signo izquierdista, que acabaron fracasando o mutando radicalmente, dejaron un legado básicamente liberal: la reivindicación de una mayor autonomía del individuo frente al Estado, de una mayor libertad sexual y del fin del paternalismo autoritario de la cultura tradicional. Todo esto sirvió para transformar la sociedad, probablemente en una dirección inesperada, y contribuyó enormemente al último medio siglo de desregulación, individualismo, multiculturalismo y creciente permisividad.