No somos ciudadanos, sino súbditos, y la ciudadanía constituye un ideal no cumplido. «Ciudadano» y «ciudadanía» son, en sí mismos, conceptos mixtificadores forjados para maquillar el rostro deforme y monstruoso de lo político. La dualidad de un orden secular y otro eclesiástico se transfiguró modernamente en la de Estado y mercado, este último el sucesor natural de la Iglesia. Así pues, la doctrina medieval de la supremacía del poder eclesiástico sobre la secular expresa la verdad de la dominación contemporánea, donde la potestad del mercado rige la esfera de lo político.
Ocupar algo es una noción espacial, mientras que estar ocupado implica no disponer de tiempo, sino que sea él quien disponga de uno. Por su parte, habitar es un verbo referido a espacios, pues los tiempos no se habitan, sino que, si acaso, dan lugar a que surjan y se consoliden hábitos. ¿Cabe, entonces, ocupar un tiempo y hacerlo habitable? En la ideología de la modernidad tardía, el futuro se piensa como un tiempo en el que toda habitación será lugar de paso y todo hábito habrá de ser suspendido. Cuando el futuro se concibe de ese modo, cabe la posibilidad de que la profecía se cumpla a sí misma y también que se autodestruya. Pero cabe también desacreditarla con burla e ironía, y ahí radica quizá la única posibilidad de un pensamiento resistente.